viernes, 26 de abril de 2013

Nunca en Marte. Siempre al Norte.

La vida va cambiando su piel, y yo muero por verle dormir en la mía. Se que prometí no volver a escribir posdatas, pero tenía los dedos enredados en el pelo. Además era lunes. Y los lunes no cuentan.
Sueño muchas veces que viajo a su espalda en el metro de Madrid. Siempre es Abril. Y nunca se da la vuelta.
Me debilita la forma que tiene de colocar los pies bajo el asiento, al igual que ver su perfil de niño bueno reflejado en el cristal. Él observa en silencio los detalles en cada estación, mientras yo lo escucho respirar sin que me intuya (tan cerca).
En ninguno de estos viajes bajamos del vagón. Tampoco miramos los relojes. Y no tengo la sensación de que lleguemos tarde. Ni él ni yo.
Pero cuando me despierto, es Galicia, en un mes distinto a Abril. Y ya consciente le echo de menos. Y quiero volver a su espalda en el metro de Madrid.

lunes, 15 de abril de 2013

Tocada y hundida.



Se me caducan las ilusiones. Mezclo confusión con enfado y entonces colisiono con la verdad. Caigo al suelo. Me dejaste caer. Y no puedo echarte la culpa en realidad, porque solo son culpables en esta historia mi corazón y mis manías. Esas que no conoces. Las que te pierdes cada día y que me hacen perder(te).
Empiezo a hundirme. Como los pies en la arena cuando hace frío en la playa. Como los barcos de vela cuando la vela Mayor y el foque no se ponen de acuerdo. Me hundo. Como cuando la botavara te pega fuerte y caes al mar. Así de lejos.


miércoles, 3 de abril de 2013

PREGUNTAS



Cruzamos miradas. Cerramos latidos como filas en la batalla y fingimos errores sin pausa por miedo a que no salga bien.
Salimos corriendo si suena un “te quiero”, si alguien nos quiere sacar a bailar solo con los ojos.
El mundo que gira, se para, y me cuenta que estuve sentada en un banco de la calle en el que tú, a veces y a destiempo, posaste la mirada. No podía ser de otra manera. Y yo envuelta en desorden me pregunto a mi misma, cual loca de remate, que cuántos años perdidos nos quedan sin darnos señales el uno al otro. La mala noticia es que no responde nadie.
Cuántos planetas han de perderse en el sistema solar para que nos encontremos ¿Es ridículo pensar en las veces, que pude tenerte tan cerca que respiramos el humo de un mismo cigarrillo?
Cuántos pasos nos separarán ahora, si los medimos con la palabra lejos. Qué distancia se anima a cogerme la mano entonces ¿Las millas de arena o los metros de mar? ¿Y si ya estuvo agarrada a la tuya, pero se quiso soltar? Podría ser que ya nos hubiésemos tenido y el resultado hubiese sido tu huída sumada con mis ganas de perderme.
¿Te parece imposible que un reloj de pared pueda dictar el final de un momento? A mi si. No creo que el tiempo sirva para decidir finales, todo lo contrario. Sirve para confiar en que cada vez falta menos para encontrarte. Y una vez lo haga será un principio. Un infinito y más allá.
Entonces, cuál es la pregunta qué tengo que hacer para que ates tus zapatos a los míos. Qué fobia impide esta vez, que quieras coger un asiento en mi vuelo.
Cuántos aviones me quedan por ver, y sobre todo, dónde me paro a esperarte.
A veces es desesperante lo eterno que tienen las preguntas.
¿Cuántos años dormidos sin rumbo fijo han de pasar medidos en ridículas horas, hasta que se mezclen nuestros caminos? ¿Me reservarás algún trocito de tu vida cuando me veas?


Yo te espero.