Cruzamos
miradas. Cerramos latidos como filas en la batalla y fingimos errores sin pausa
por miedo a que no salga bien.
Salimos
corriendo si suena un “te quiero”, si alguien nos quiere sacar a bailar solo
con los ojos.
El
mundo que gira, se para, y me cuenta que estuve sentada en un banco de la calle
en el que tú, a veces y a destiempo, posaste la mirada. No podía ser de otra
manera. Y yo envuelta en desorden me pregunto a mi misma, cual loca de remate,
que cuántos años perdidos nos quedan sin darnos señales el uno al otro. La mala
noticia es que no responde nadie.
Cuántos
planetas han de perderse en el sistema solar para que nos encontremos ¿Es
ridículo pensar en las veces, que pude tenerte tan cerca que respiramos el humo
de un mismo cigarrillo?
Cuántos
pasos nos separarán ahora, si los medimos con la palabra lejos. Qué distancia
se anima a cogerme la mano entonces ¿Las millas de arena o los metros de mar? ¿Y
si ya estuvo agarrada a la tuya, pero se quiso soltar? Podría ser que ya nos
hubiésemos tenido y el resultado hubiese sido tu huída sumada con mis ganas de
perderme.
¿Te
parece imposible que un reloj de pared pueda dictar el final de un momento? A
mi si. No creo que el tiempo sirva para decidir finales, todo lo contrario.
Sirve para confiar en que cada vez falta menos para encontrarte. Y una vez lo
haga será un principio. Un infinito y más allá.
Entonces,
cuál es la pregunta qué tengo que hacer para que ates tus zapatos a los míos.
Qué fobia impide esta vez, que quieras coger un asiento en mi vuelo.
Cuántos
aviones me quedan por ver, y sobre todo, dónde me paro a esperarte.
A
veces es desesperante lo eterno que tienen las preguntas.
¿Cuántos
años dormidos sin rumbo fijo han de pasar medidos en ridículas horas, hasta que
se mezclen nuestros caminos? ¿Me reservarás algún trocito de tu vida cuando me
veas?
Yo
te espero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario